martes, 10 de noviembre de 2009

Palpitante azul

Comienza a chispear sobre una calle del centro, en un atardecer sucio de invierno.
Un hombre con capa y sombrero tiene una jaula con un pájaro amarillo en una mano y, en la otra, un altoparlante de circo con el que nos va llevando dentro por una puertecita verde, baja y estrecha. En esta escena no hay colores ni sonidos, solo un azul extraño que se mueve al ritmo de algo pero no alcanza a fijarse en ninguna parte.

Dentro hay una exposición de arte muy elegante. Ya el lugar está lleno y no cabemos todos. Hace frío. Dentro es solo una maqueta blanca y cuadrada con muñequitos que somos nosotros. El ritmo del azul es el del ruido de la gente; no escucho nada pero lo mismo se me interrumpe. 1000 muñequitos más se añaden y 1000 pedazos de espacio se quitan en 1000 fragmentos de tiempo que ocurren en un instante. La velocidad se concentra y yo me voy volviendo mala. Un organigrama gigante estampado en una pared blanca es la obra de arte, pero nadie la entiende. Y a nadie le importa. Yo no llevo mis lentes y no alcanzo a leer lo que está escrito en cada espacio. Muchas palabras están escritas en todos los cubículos de ese espacio blanco; el resto son líneas negras trazadas sobre el muro, proyecciones de diapositivas vacías y marcos para retratos sin fotos.

Ese arte me hace mal, me vuelve mala. Todo gira alrededor del alrededor. Las siluetas de la gente se engrandecen y se me echan encima: la del artista, la de mi padre, la del buen gusto, la de la cadencia de las voces de la tontería y la belleza, de la arbitrariedad de la belleza, del dominio de la belleza, de la belleza institucionalizada, inmovilizada. Y yo me siento más sola que nunca y me vuelvo mala y quiero quitarme a todos de encima y clavarles un puñal de arriba abajo y desangrarlos y pintar las paredes del azul sanguíneo del grito que se me está saliendo. Pero es a mí a quien abren y el corazón se me sale disparado por la ventana.

Camino sobre la calle que va al centro, en la noche mojada de invierno. Encuentro un corazón tirado que es el mio, lo recojo y le quito el polvo de encima. Veo que no le ha pasado nada. Me abro el pecho y me lo acomodo de nuevo, palpitante y azul.