martes, 8 de diciembre de 2009
El esteticista de la Galleria Subalpina
En una esquina de la Piazza Castello se encuentra la Galleria Subalpina y, dentro de ésta, el Cinema Romano. De un lado está el Cinema Romano y del otro una escalera prohibida. Es uno de los lugares más elegantes e históricos de Torino. Cuando uno se encuentra ahí cerca, siente un inexplicable, irrefrenable, deseo de subir por esas escaleras prohibidas.
Se dice que en el piso superior del edificio hay una especie de clínica de belleza de lo más exclusiva, de lo más escondida. Un solo esteticista está a su cargo, y nunca más de un cliente a la vez es admitido. Henry, el esteticista, no tiene peso, ni olor, ni edad, ni emociones violentas. Cuando habla, su voz no tiene sonido. El mobiliario de su clínica es todo negro; hay una luz muy tenue y mucho cristal alrededor.
A pesar de que Henry empezó su carrera tradicionalmente con un pequeño kit de tijeras de oro que le diera como regalo su maestra, hoy la estética que practica es completamente trascendental. Gracias a la maestra Bertita, que a pesar de los años opera todavía en su clínica de la calle Schiller en Polanco en la Ciudad de México, Henry pudo desarrollar con toda libertad su arte. "Después de todo, -le dijo Bertita-, cada quien tiene que volverse el propio metainstrumento a partir del cual funcionen los instrumentos ya existentes". Luego le dio un beso y le entregó el kit con las tijeras de oro.
Normalmente, y sin necesidad de hacer citas, Henry te espera en el piso superior del Cinema Romano. Lleva siempre puesta una bata de seda negra y unas pantuflas iguales. Esto no es un pijama sino un uniforme de trabajo. Aunque efectivamente Henry te recibe siempre tarde pues hay que pasar ahí la noche. Te abre la puerta y te conduce directamente a una habitación. Ahí te deja esperando. Tú te miras en el espejo mientras escuchas afuera como él se prepara un café. Luego notas que no viene. Te asomas y ves que está sentado en el diván del salón con un libro en la mano leyendo. Y entonces te preguntas qué haces ahí, si ese lugar, que más bien parece un apartamento, es en verdad una clínica, si ese hombre en pijama es en verdad un esteticista. Si no es un gigolò. Si no te lo recomendaron tus amigas. Pero tu no tienes amigas. Ibas caminando sola por la plaza cuando te acercaste al cine, que querías ver la película de Almodóvar, pero no pudiste ni siquiera distinguir en donde estaba la puerta, en donde estaba la taquilla, en donde estaba la gente, que ya te estabas yendo con la mirada y luego con los pies por esas escaleras prohibidas.
Mientras esperas y te miras en el espejo, una luz que proviene de una pieza al interior de la pieza se enciende. Te levantas y vas a ver qué hay ahí. Es un vestidor. Es un vestidor con cristales, con rejas de cristales, de cristales puntiagudos, que defienden, prohíben el contacto con los trajes completos hechos de tu piel zurcida y embalsamada. Varios trajes de tu piel desprendida están expuestos en este museo de cristal que no puedes tocar. Y tú ni te acuerdas. Crees que eres tú misma, varias veces tú misma, que te tienen prisionera. Y entonces se te va el aire, quieres gritar pero no tienes aire. Te estás sofocando. Hay que sacarte de ahí.
Henry se presenta con el kit de las tijeras de oro apoyado en un cojín de seda negro. Te da la mano y te conduce frente al espejo en el que antes te estabas mirando. Te miras de nuevo. Te estabas sofocando. Hay que sacarte de ahí, hay que sacar el grito de ahí. Coges las tijeras que Henry te ofrece y comienzas a cortarte el traje desde las manos, todo alrededor de los brazos, de los costados, de las piernas, de los pies. No hay sangre, ni dolor, pero es muy difícil mantenerse despierta y terminar de cortar y desprender el traje. A la vez es imposible no hacerlo una vez que se ha iniciado. Uno siente un inexplicable, irrefrenable, deseo de subir por las escaleras prohibidas.
Cuando terminas de cortar, te pones de pie. Te sientes más pequeña que nunca. Te desprendes la parte anterior del traje y se la das a Henry, que la cuelga en una percha especial, y luego la parte posterior. Lentamente caminas hacia la cama. Henry te abre las cobijas blancas y tú te acomodas ahí. Finalmente te cubre y tú te quedas dormida.
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