miércoles, 9 de junio de 2010
Atardece en la ciudad color de plomo
Atardece en la ciudad color de plomo.
El aire contiene una especie de calor gris, la atmósfera está en una caja y por alguna parte algo se evapora.
Arriba, el cielo no se puede ver. Alguien asoma una mano gigante y, en la zona en la que todos estamos esperando el tram, deja caer una tableta blanca de algo efervescente.
Yo sigo inmóvil, con las piernas bien paradas y los brazos bien extendidos, sosteniendo con las dos manos un portafolio finísimo de piel. El portafolio es rojo, o violeta, pero aquí no se deja ver más que viejo y marrón.
Arriba, las últimas burbujas ya se van disipando.
Abajo, los niños intentan regresar a casa. Pero no pueden.
Sus cuerpos están hechos como de tubitos. Sus cabezas y manos son extremadamente grandes. Arrastran sin fuerza sus bolsas de la escuela. Tienen los ojos rojos clavados para siempre en las pantallas diminutas de sus teléfonos celulares.
Abajo, se oye el canto de una ballena gorda que ensordece todo, QUE ENSORDECE TODO, y la gente se echa para atrás.
Finalmente me subo a mi tram y dejo a los niños en una especie de más allá.
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